Por: Julia Sanchez – Psicóloga
En un tiempo donde todo parece reemplazable —el trabajo, los vínculos, incluso las emociones—, la idea de poder olvidar los recuerdos dolorosos suena casi como un acto de liberación.

Julia Sanchez
¿Quién no ha deseado, alguna vez, borrar un recuerdo que pesa, un duelo que se repite, una herida que sigue supurando aunque el tiempo haya pasado?
Sin embargo, ¿qué pasaría si realmente pudiéramos hacerlo?
Memoria, estrés y enfermedad: el cuerpo como archivo
La psicología y la medicina psicosomática coinciden en algo esencial: el cuerpo recuerda lo que la mente intenta olvidar.
Las experiencias dolorosas no procesadas suelen transformarse en tensión crónica, en hipervigilancia emocional, en respuestas fisiológicas que el cuerpo no sabe apagar.
De allí el vínculo con trastornos autoinmunes, fatiga, estrés persistente y burnout, tan frecuentes entre quienes viven al máximo nivel de exigencia.
El cuerpo se vuelve entonces el escenario donde el recuerdo emocional busca expresarse: la inflamación, el insomnio o la rigidez muscular son, a veces, la forma que encuentra lo no dicho para seguir existiendo.

Olvidar o integrar: el dilema psicológico
Desde la psicología dialéctico-conductual (DBT), no se busca suprimir la emoción sino aprender a sostenerla con conciencia plena.
La regulación emocional no consiste en olvidar, sino en crear espacio entre el recuerdo y la reacción.
El dolor no se borra: se observa, se nombra, se valida y se atraviesa con habilidades concretas —respiración, autoconsuelo, contacto sensorial, autocompasión—.
En ese espacio surge algo profundamente humano: la posibilidad de elegir una respuesta más sabia que el impulso.
Olvidar sería negar la dialéctica entre el dolor y el crecimiento.
Integrar, en cambio, nos permite darle un lugar al sufrimiento sin convertirlo en destino.
La trampa de la excelencia
Vivimos en una cultura que glorifica la productividad y castiga la pausa.
La exigencia permanente genera una identidad sostenida en el hacer, donde la vulnerabilidad es vista como debilidad y el dolor como distracción.
Muchos profesionales de alto rendimiento, especialmente quienes atraviesan enfermedades autoinmunes o procesos crónicos, sienten la presión de “seguir funcionando” a cualquier costo.
Pero olvidar el dolor también es una forma de desconectarse de uno mismo.
Cuando anestesiamos el recuerdo, perdemos la brújula interna que nos indica cuándo necesitamos parar, pedir ayuda o reinventar el modo en que trabajamos y vivimos.
Recordar para sanar
Desde la psicología positiva, la memoria dolorosa puede resignificarse a través de la gratitud, la compasión y la conexión con el propósito.
No se trata de romantizar el sufrimiento, sino de transformarlo en fuente de comprensión y sentido.
La resiliencia no es olvido, es aprendizaje activo.
“Recordar sin revivir, mirar sin volver atrás, agradecer sin negar el dolor: ese es el acto más elevado de autoconciencia.”
Tips y ejercicios cotidianos
* Pausa consciente diaria: detené tu rutina dos minutos, cerrá los ojos y preguntate: ¿Qué emoción está activa en mí ahora? Nombrarla es comenzar a integrarla.
* Registro dialéctico: anotá cada noche una situación difícil y escribí dos verdades opuestas que convivan en ella (por ejemplo: “Estoy cansada” y “Estoy agradecida por lo que logré hoy”). Ambas pueden ser ciertas.
* Microactos de autocompasión: tocate el pecho, respirá y repetí internamente “puedo cuidarme sin olvidarme”.
* Transformar el recuerdo: elegí un recuerdo doloroso y escribí qué te enseñó, cómo te fortaleció o qué límites te ayudó a reconocer.
* Desacelerar sin culpa: aprendé a parar antes de que el cuerpo grite. El descanso no es un lujo: es una forma de memoria biológica.
Conclusión
Tener la posibilidad de olvidar los recuerdos dolorosos podría parecer un alivio. Pero sería, también, una amputación invisible de nuestra historia.
El desafío no está en borrar, sino en recordar sin que duela tanto; en aprender a mirar el pasado con ternura y no con miedo.
Porque lo que alguna vez dolió, si se integra con conciencia, puede transformarse en sabiduría, humildad y dirección.
Y quizás allí, entre la memoria y el presente, esté la forma más alta de libertad.











































